Esa noche asfixiada de ventarrones,
escasa de granizo,
asomaban chirridos escandalosos de grillos moribundos
cerca de la puerta entreabierta;
procurando mitigar la sed que desataba la ausencia de tus besos
y sucumbiendo a tus encantos.
Caminaste hacia la azotea inhalando brisa invernal,
para contemplar el brillo estelar debajo del cielo
enamorada de una constelación fugaz al azar,
reina de la luna llena.
Llevaba minifalda indiscreta y diminuta,
ceñida a sus dibujadas caderas,
dejaban sombras eróticas inmersas en sus piernas,
La felpa acariciaba sus tórridos músculos,
y se diluía en la armonía de sus muslos,
silueta plasmada en pintura.
El cabello cubría sus cálidas mejillas,
se mecían al compás de su risa,
y las hebras bailaban frente a sus ojos
en manías.
De a pocos fuí descubriendo sus pendientes de primavera,
las alhajas brillosas sobre sus muñecas,
botas oscuras y sensuales,
maquillaje rimbombante en el rostro.
Intercambiábamos palabras,
frases y oraciones,
sus ojos seducían caminando entre nuestras miradas,
y entre el vaivén de sus manos que agitaban mis latidos.
Las horas transcurrían y los minutos eran interminables,
la noche se tornaba taciturna y lúgubre,
cielo desconsolado e infinito.
Hablábamos de los dos,
de sus pasos cortos en la vida,
y de la nostalgia que suele abofetear el desamor.
Fui perdiendo la noción del tiempo contando nuestras copas,
asechando su mirada y descubriendo su perfume,
refugiándome en el brindis,
imaginando un viejo cáliz de vino,
brindis que pactaba una señal de fuego incandescente.
Buscaba los menudos e indefensos labios,
los afilados gestos detrás de su perfil,
y veía como ardía
la sangre dulce por sus venas.
El tiempo huía de la noche,
nuestras sonrisas fueron congeladas,
y mis músculos se adormecieron en su lecho,
el frío nos abrazó en medio de la habitación.
Juntamos nuestros labios,
como imanes en un campo magnético.
Probé el polen de los sueños
y mis manos recorrieron sus brazos
como serpiente ebria de pasión.
Los besos sabían a Vodka,
y sus labios olían a incienso de rosa,
descansaban sobre mi pecho exhausto,
sujetándose y pendiendo de mi agotado cuello.
Tenía el diafragma de algodón,
la piel suave como los pétalos de una flor en primavera,
y sus manos acariciaban el calor que brotaba de mi abdomen.
La madrugada cayó bajo el ardor y el frenesí de dos labios,
labios carnosos alimentados de placer,
inhalando el perfume de su piel,
y cobijándome entre sus sábanas y brazos,
entrelazados y unidos como un par de bases de ADN.
lunes, enero 17, 2011
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