Muñeca de terciopelo,
que dejas caer escarcha sobre mi andar,
dulzura en mis dosis de soledad,
y besos con rosas sobre mi espaldar.
Deja el temor y camina sin titubear.
Eres la reina de la noche fría,
la estrella fugaz de la constelación infinita.
Regalan brillo y color tus ojos,
deja de esconder tu mirada,
cegante y soñadora.
No hullas de tu belleza.
Tu voz resuena dentro de mí
en notas musicales de una partitura romántica.
Mi alma te habla,
siente y escucha tus latidos,
quiere salir a la luz para seguir tus pasos,
cubriendo tus hombros enjutos y diminutos,
tocando tus dedos con elegancia
y escuchando el sonoro cantar de tu voz,
debajo de una arboleda en primavera
y sentado sobre el tibio calor del pasto seco del campo.
Tus ojos son dos luceros perdidos en la noche,
dos luciérnagas devoradas por el temor,
dos linternas encendidas cuando cae el crepúsculo.
Temblorosa y frágil.
Si estoy a su diestra
es para protegerla del viento agresivo,
para cobijarla si cae la lluvia,
para abrir paso con corceles de batalla
y trompetas de júbilo,
para mezclarme dentro del viento que soplan sus cabellos.
Sus pies eran de maniquí,
zapatitos de charol,
manos blancas y sencillas como la nieve,
Muñeca de terciopelo.