Tenía los ojos cansados,
de melancolía y tristeza,
y los pañuelos usados,
que escondía debajo la mesa.
En días presurosos,
apareciste como una ráfaga de luz,
y naufragaste a orillas de mi mar,
trayendo abajo la cruz,
despertándome y rescatándome de una maldita pesadilla.
Sepultaste cabos sueltos que perturbaban las mañanas,
las tardes y las noches.
No importó si fui ametrallado,
derrotado y humillado,
esperaba sólo un par de bofetadas,
sin huella en las mejillas.
Eres la doncella y musa del clima tropical,
que brillas cuando traes vestido blanco,
y mis pupilas arden como leña en la chimenea
cuando abres el pórtico y me miras.
Somos dos niños inocentes,
plagados de ilusión y querer,
que nos avergonzamos
cuando hablamos de declaraciones de amor.
Has cambiado mi tristeza en baile,
me ceñiste todo de algarabía,
y como diría un viejo fraile,
la ilusión no se esfuma en un día.
Tus palabras auxiliaron mi consuelo,
tus manos primaron en mi dorso,
tus labios seducieron los míos
tus ojos me enseñaron a ver la vida,
tus cabellos envolvieron de perfume mis camisas,
y tu cuerpo invocó los deseos
huérfanos de lujuria.
Un ángel me hablaba de ti,
cuando se quebraba mi voz.
Estos versos y estas prosas son para vos,
abandonando las tardes taciturnas,
contemplando al crepúsculo posarse sobre el mar,
y esperando abril.
martes, febrero 14, 2012
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